30/09/2023 | Viajes para ver fauna marina y costera
por Tony Navarro
Ondarroa, Vizcaya, Febrero 2012
El reportaje fotográfico ha sido siempre, para mí, la modalidad que más me ha apasionado. Llevaba dos años queriendo enrolarme en algún barco de pesca para poder realizar una serie que hablase del mar, la pesca y la marinería en general. Y sin querer, un buen día, en una conversación con mi cuñado Ricardo sobre las fotos hechas durante las vacaciones de verano, le comenté mi deseo de hacer un reportaje fotográfico sobre el tema.
Me preguntó si sabía que el marido de su hermana, los que viven en Foz, Lugo, tenía dos barcos, uno de él y el otro de su hermano y que se dedicaban a la pesca. Ya sabía que vivían en Galicia, pero no a qué se dedicaba. Se pondría en contacto con él y y que me dijera que podía hacer al respecto. Era la primera semana del mes de septiembre de 2011, y la contestación surgió a la semana siguiente, que en principio no había problema, pero que tenía que esperar a alguna temporada donde me pudiese enrolar sin problema ya que en adelante no tenían previsto nada y después dependían de los temporales, y sin prisa, ya me avisaría.
Tuve que esperar hasta el mes de febrero de 2012, cuando comenzaba la temporada de el vergel, un pez muy parecido a la caballa, si no es lo mismo, ya que en distintas zonas de la geografía española lo llaman de otra manera. Para ganar tiempo, tuve que madrugar y viajar a Ondarroa, en la provincia de Vizcaya, “un pueblo de pescadores” y me esperaban a las 8 AM, así que me puse en camino a las 2 de la madrugada y llegar con tiempo y no les hiciera esperar.
Cuando estacioné mi vehículo, fui a tomar un café para despejarme y visité el puerto y alrededores mientras despuntaban los primeros rayos de Sol.
Una amiga, Malú, que es de Santander, Cantabría, me contó una vez, que su abuelo fue pescador, tenía una barquita pequeña y que su sustento y el de su familia era ir a pescar todas las mañanas y poder vender lo que pescaba. Me contaba que todas las mañanas, su abuelo, se ponía frente a la Mar a la que llamaba “La Señora”, y en una especie de oración pedía permiso para salir a faenar y a su vez que la mar le devolviera a salvo para regresar junto a su familia. Contaba que su abuelo jamás tuvo ningún percance y que siempre volvía con los cestos llenos de peces, suficientes para vender y consumo propio.
Y ahí me encontraba yo, al final del muelle, frente a la “La Señora” y la pedí lo mismo que hacía el abuelo, pedí permiso para navegar con mis anfitriones, que los dejara pescar, que pudiera hacer mis fotos y que nos devolviese sanos y a salvo a todos los tripulantes de las embarcaciones que nos acompañaban. “A día de hoy sigo agradeciendo a la Mar su generosidad”.
Alberto Rey, patrón del Ollo do Mar, me llamó desde el barco, pidiendo perdón por el retraso, pero que durante el viaje han encontrado un banco de peces y han aprovechado la oportunidad. Comprensiblemente acepto las disculpas, ya que ellos van a ganarse el pan, y yo no tengo prisa, y así aprovecharía para dar una vuelta y comenzar con mi reportaje fuera del barco y aumentar las posibilidades de realizar un mejor reportaje. Cuando mirar con otros ojos que no sean los de un turista, la mirada se centra en otros detalles como, qué están haciendo esas personas, cosiendo redes, preparando aparejos. Ahí te das cuenta que la labor de un pescador, no solo es salir a la Mar, sino que lleva mucho tiempo la preparación y del poco tiempo de descanso que les queda, y además la sala de máquinas de los barcos, que también necesitan un mantenimiento contínuo.
Hablé con pescadores, algunos reacios a cualquier conversación, el llevar una cámara colgando en el cuello, es como que quieres robarles su intimidad, y lejos de mi intención, respeto su negativa.
Mientras fotografiaba a una gaviota, que había robado un pescado de una caja, se me acercó una señora envuelta en un abrigo de piel, y con gran simpatía, se dirigió a mí afirmando que “yo era de allí”. No sabía porque lo decía, luego supe que lo había hablado con otras personas que lo ponían en duda. Los autóctonos se fijan en todo y cuchichean de los forasteros sin que nos percatemos de nada. No la llevé la contraria, afirmé que sí, “que era de allí”, pero que trabajaba para una revista alemana, mentirijilla piadosa que no lleva a ninguna parte. Seguimos charlando un rato amigablemente y continué con la exploración de aquel asombroso lugar.
Más tarde coincidí con una foto-reportera del Diario El Correo. Estaba cubriendo un reportaje sobre las lonjas de la zona. Le dije que yo esperaba al barco que me llevaría a hacer el mío. Conversación normal entre compañeros de profesión.
Alrededor de las 15:00 horas, mi transporte entraba el en puerto. Hice las fotos de su llegada y esperé a entablar conversación con el Patrón.
Descargaron con las grúas ancladas en el barco las cajas repletas de vergel para llevarlas a pesar y cobrar la mercancía obtenida por el duro trabajo en alta mar. En esta temporada solo estaba permitido la captura de 8000 kg. Por barco y día. Es una norma para evitar capturas incontroladas y no perjudicar la reproducción de las especies.
Mientras hacían la venta en la lonja, la tripulación reparaba, plegaban y colocaban las redes en su posición, listas para emprender la siguiente faena. Una vez finalizado el trabajo tocaba descanso. Servían una rica comida a base de pescado en salsa que preparó el cocinero, regado con un estupendo vino gallego, disfrutando de un merecido descanso y preparándose para continuar la temporada.
Zarpamos rumbo norte para después desviarnos al este en paralelo a la costa que vimos muy lejana al encenderse las luces de los paseos marítimos de las localidades que se divisaban desde nuestra posición.
El barco comienza a posicionarse, guiado en todo momento por el Patrón, que ha detectado a través del radar un gran banco de peces. Se despliegan los 500 metros de redes en un movimiento circular siendo la nave el punto central, a su vez se despliegan hacia el fondo a una profundidad total de 50 metros. La petición que le hice a “La Señora” aquella mañana se cumplía y de qué manera.
En aquella única lanzada se capturaron 12.000 kg., de vergel; 4.000 kilogramos más de lo permitido. Y mi pregunta fue ¿qué se hace en estos casos?. Mi sorpresa fue monumental. Alberto me explicó que en el mundo marítimo se es solidario los unos con los otros. Entre los patrones de las distintas cofradías y da igual de qué región o país sean, se regalan los sobrantes entre ellos, por que “no siempre tenemos la suerte de pescar” y sino ¿qué hacemos, lo tiramos?, ese pescado está muerto y se desperdicia.
Una vez terminado de traspasar la carga sobrante, nos dirigimos al puerto de Getaria. El patrón ya había hablado con los responsables de la lonja y nos esperaban que llegásemos y descargar los 16.000 kilos de vergel que se llevaban entre los dos barcos; mercancía que faltaba a uno de los trailers para salir a los mercados.
De regreso al puerto de Ondarroa, nos topamos con un barco mucho más grande que el de Alberto, La diferencia, además de los metros de eslora, es que el piloto tenía que tener la titulación de Capitán en lugar de Patrón de barcos y por consiguiente mayor tripulación.
Conversaron entre Capitán y Patrón de las respectivas embarcaciones. El barco más grande, que nunca supe como se llamaba, transportaba un excedente de carga de 16 toneladas que no podían llevar al puerto. El Ollo do Mar y el barco de su hermano volvían de vacío y se quedaron con el excedente para venderlo a la mañana siguiente y así no tendrían que faenar y tomarse el día libre al haber cubierto el cupo diario. Una vez más, “La Señora” se puso de nuestra parte. Y para completar el día tan afortunado, el barco grande estaba dotado de una maquinaria de extracción por aire, de un barco a otro, sin necesidad de sacarlo en cajas con las grúas.
Consiste en que al montar la máquina con sus tuberías de gran tamaño, los peces que están en una piscina con agua de mar en la bodega, pasan al otro barco mediante una succión por aire de un recinto a otro en poco tiempo. Además los peces, aún vivos, no sufren daño alguno y están más tiempo vivos y frescos. Este sistema, Alberto Rey, el patrón, me confesó que en sus más de 30 años de profesión, jamás había visto como se hacía, y que he tenido mucha suerte en mi primer viaje de haberlo experimentado. Claro que ese mecanismo solo puede instalarse en barcos con determinadas dimensiones, pero el trasvase puede hacerse a cualquier nave.
Llegando a Ondarroa, con el trabajo de ambos finalizado, Alberto me comenta si quiero enrolarme en otro barco, de un amigo suyo, que van a la pesca del pez espada con caña. Es una gran tentación, en otras circunstacias no lo hubiese dudado, pero a las 4 de la mañana después de 26 horas sin dormir, le dije que otra vez sería, que no estaba en condiciones y todavía me espera el viaje de vuelta a casa.
Nos despedimos con un apretón de manos y palabras de agradecimiento y un “hasta luego”.
En el puerto, la temperatura marcaba grados en negativo. Una gran helada caía de lleno. Mi coche, de color negro, ya no lo era. Un blanco escarcha cubría la totalidad de la carrocería y cristales. Puse en marcha el motor y esperé que entrara en calor para poner la calefacción y poder ver la carretera que me llevaría a casa.
Ya en la provincia de Burgos, paré en una cafetería de una gasolinera. Tomé un café caliente para despejarme un poco y al volver a mi vehículo me entró un sueño que me impidió continuar. Dos horas después me desperté con una energía espectacular. Los primeros rayos de Sol asomaban entre las montañas y recordé las palabras de Alberto, “si quieres hablo con mi amigo y te vas con ellos a la pesca del pez espada con caña”.
Dejé pasar esa oportunidad y me arrepentí, vaya si me arrepentí.
P.D.: Una selección de imágenes de este reportaje estuvo expuesta en la Sala de Exposiciones del Centro Cultural de la Plazuela de la Cárcel, del Ayuntamiento de Sigüenza, Guadalajara, durante el mes de marzo de 2012.
Imagen seleccionada para la exposición